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¡Hola, hola! Aquí Carlos Hidalgo, un apasionado del arte que ha pasado más horas frente a un lienzo que con un café en la mano (y créeme, ¡me encanta el café!). Hoy vengo a hablarte de un tema que llevo grabado en el alma: las obras de arte. Pero no te preocupes, no voy a darte la típica charla aburrida que te dieron en la escuela... Esto va a ser diferente, te lo prometo.
A lo largo de mi vida, he tenido la suerte de estar rodeado de obras de arte en sus distintas manifestaciones. Desde cuadros antiguos hasta esculturas modernas, desde murales impresionantes en las calles hasta graffitis que te hacen pensar. Así que si te has preguntado alguna vez qué hace que una obra sea realmente "arte", estás en el lugar correcto.
Déjame empezar por el principio, porque esta es la pregunta del millón: ¿qué demonios es una obra de arte?. Te diré lo que no es: no es simplemente un cuadro bonito que cuelgas en la pared para que combine con tu sofá. Una obra de arte es una explosión de emociones, una declaración y un desafío al mundo. Es esa cosa que te hace detenerte en seco y decir: ¡guau!.
Las obras de arte pueden adoptar mil formas. Tenemos las clásicas pinturas al óleo, como “Las Meninas” de Velázquez, que te sumerge en la corte española del siglo XVII con su juego de luces y reflejos. Pero también tenemos joyas modernas como “El grito” de Edvard Munch, que encapsula la ansiedad humana en un solo alarido.
Cuando yo era joven y un poco más cabezota que ahora (aunque eso no ha cambiado mucho), me obsesioné con entender por qué ciertas obras pasaban a la historia mientras otras se quedaban en el olvido. Lo que descubrí es que las mejores obras de arte son aquellas que te obligan a sentir, que te remueven algo en las entrañas.
Permíteme que te lleve de paseo por la historia, no te preocupes, no será como esas aburridas clases de historia que te hacían cabecear. Las obras de arte han evolucionado muchísimo. Vamos a retroceder un poquito, ¿te parece?
¿Sabías que hace siglos, el arte se centraba en la belleza perfecta? Los griegos y los romanos estaban obsesionados con el cuerpo humano, con sus proporciones y simetría. Si alguna vez has visto la escultura de "El Discóbolo" de Mirón, sabrás de lo que hablo. Aquí no hay margen para los errores, solo la perfección pura.
Luego llegamos al Renacimiento, el momento en que los artistas dijeron: “¡Al diablo con las reglas! Vamos a pintar lo que nos salga del alma”. Aquí tenemos a gigantes como Leonardo da Vinci con su enigmática “Mona Lisa” y su sonrisa que parece esconder mil secretos. Y, por supuesto, Miguel Ángel y su imponente “David”, que parece estar a punto de saltar de su pedestal para darse una vuelta por Florencia.
El arte barroco no fue tímido. Es puro dramatismo, un derroche de emociones. Rembrandt y Caravaggio dominaban el arte del claroscuro, haciendo que cada figura en sus cuadros pareciera salir de las sombras directamente a tu sala. Y si te gusta el exceso de detalles y el lujo, el Rococó con sus colores pastel y escenas románticas es para ti.
Llegamos a mi parte favorita: el arte moderno. Aquí no hay reglas. Picasso rompió todas las normas con su obra “Guernica”, un grito contra la guerra que aún resuena en las paredes del Museo Reina Sofía. Y luego tenemos a los surrealistas, como Dalí y Magritte, que te llevan a un mundo donde lo imposible se hace realidad.
Te cuento una anécdota. Una vez, visitando el Museo del Prado, me quedé absorto frente a “Las Meninas”. ¿Qué hacía Velázquez al autorretratarse en medio de la corte? Era casi como si quisiera burlarse de todos. Y ahí fue cuando entendí que una obra de arte no siempre necesita ser interpretada de forma literal. A veces, su verdadero poder radica en lo que te hace sentir.
Otra vez, paseando por las calles de Berlín, me topé con un mural gigante que representaba a una mujer llorando. No tenía ni idea de quién lo había pintado, pero no pude dejar de mirarlo. Eso también es arte, ¿sabes? No necesitas un museo para disfrutarlo.
No necesitas un doctorado en historia del arte para entender una pintura o una escultura. Aquí va mi consejo, y te lo doy gratis: déjate llevar por lo que sientes. Si ves un cuadro y te hace reír, llorar o enojarte, ¡bingo!, ahí está el arte funcionando.
Te recomiendo que no te obsesiones con entender cada detalle. A veces, la magia está en lo que no entiendes, en lo que tu cerebro no logra procesar del todo.
Si alguna vez te has preguntado por qué ciertas obras alcanzan precios astronómicos en las subastas, aquí va la respuesta: no siempre tiene que ver con la técnica, sino con la historia y el impacto que generan. ¿Te suena el nombre de Andy Warhol? El tipo tomó una simple lata de sopa Campbell y la convirtió en un ícono cultural. Eso es arte en estado puro.
Si hay algo que quiero que te lleves de este artículo es esto: el arte es subjetivo. Lo que para unos puede ser un garabato, para otros es una obra maestra que vale millones. Así que la próxima vez que te encuentres frente a una obra de arte, hazme un favor, no te preguntes si es buena o mala. Pregúntate si te movió algo dentro. Si lo hizo, entonces has encontrado una verdadera obra de arte.
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