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Educa UNIVERSITY|SCIENCE AND ENGINEERING
Mi nombre es Rubén Águila y desde que era un niño, los robots siempre me fascinaron. Crecí viendo películas de ciencia ficción y soñando con esos ayudantes de metal que prometían cambiar el mundo. Pero lo que no sabía en ese entonces, era que mi vida estaría directamente entrelazada con los robots, ¡hasta el punto de tener una relación con ellos que pocos comprenderían!
Hablemos de "Yo, Robot", una de las obras más icónicas de Isaac Asimov. Este libro no solo fue una semilla de inspiración para muchos de los avances tecnológicos en la robótica, sino que también estableció las famosas Tres Leyes de la Robótica:
Estas tres leyes son clave, son la base ética sobre la que se ha construido todo el universo de la robótica moderna. Y sí, lo sé, parecen simples. Pero la complejidad de aplicarlas en el mundo real es algo que solo puedo describir con la experiencia.
Todo comenzó en los años 90, cuando el concepto de inteligencia artificial no era más que un murmullo en los pasillos de las universidades tecnológicas. Como ingeniero en robótica, tuve la oportunidad de ver la evolución desde simples programas hasta máquinas complejas capaces de aprender, adaptarse y, en algunos casos, incluso engañar.
En uno de mis primeros proyectos, trabajé con robots industriales. ¡Esos monstruos eran unos bestias! Tenían una precisión milimétrica y podían levantar más peso de lo que jamás podrías imaginar. Pero aquí está la cosa: no pensaban, solo hacían lo que les ordenábamos. Eran herramientas, nada más.
Con el tiempo, sin embargo, la narrativa cambió. Los robots empezaron a "pensar". La inteligencia artificial comenzó a integrarse en estos sistemas, y me encontré en un dilema ético muy similar al que describió Asimov en Yo, Robot. No eran solo máquinas obedientes, ahora tenían que tomar decisiones en situaciones complejas.
Recuerdo uno de los primeros incidentes que viví en carne propia: un robot de asistencia en una fábrica se detuvo en medio de una operación crítica. Se suponía que debía realizar una tarea específica, pero detectó una posible situación de peligro para los humanos a su alrededor. ¿Qué hizo? Entró en un estado de confusión muy similar al que Isaac Asimov describe en sus historias sobre robots que no pueden reconciliar dos de las tres leyes. ¿La tarea o la seguridad? Al final, la máquina optó por detenerse, lo que generó grandes pérdidas económicas ese día, pero también evitó un accidente grave.
Aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Las leyes son simples, pero el contexto no lo es. ¿Qué sucede cuando las órdenes de un ser humano no son claras? ¿O cuando el riesgo no es inminente pero potencial?
Sé que muchos piensan que los robots serán nuestros amigos o nuestros reemplazos. Pero después de décadas trabajando con ellos, puedo decirte esto: son solo herramientas. Y sí, pueden ser herramientas muy inteligentes, pero su propósito sigue siendo asistir a los humanos, no reemplazarnos.
Ahora bien, el futuro... eso es otra historia. Los robots están cada vez más avanzados y he visto a muchos de mis colegas caer en la trampa de humanizarlos. No, amigo mío, los robots no sienten, no piensan como tú o como yo. Pero el desafío real no es el robot en sí, sino cómo los humanos interactuamos con ellos.
En uno de mis proyectos más recientes, trabajé con robots autónomos en el área de logística. Estos robots eran increíblemente eficientes, pero había algo que me preocupaba: ¿qué pasaría si uno de ellos tuviera un fallo en su programación y decidiera que no quiere detenerse ante un obstáculo humano? Ya hemos visto incidentes menores, pero el día que suceda algo serio, nos veremos obligados a reescribir no solo la programación, sino nuestra confianza en las máquinas.
Isaac Asimov estaba adelantado a su tiempo. En su libro, habla de los dilemas éticos que enfrentaremos con la inteligencia artificial. Pero, ¿sabes qué? Ese futuro que él imaginaba ya está aquí. No es un tema de ciencia ficción, es un tema real.
Cada día, en laboratorios de todo el mundo, científicos y programadores como yo intentan encontrar la mejor forma de implementar la ética en la inteligencia artificial. Y créeme, no es fácil.
He visto como un robot se negaba a seguir órdenes porque su programación le decía que era peligroso para los humanos. Pero he visto también cómo esa misma programación ha fallado, causando accidentes que podrían haberse evitado. ¿Es culpa del robot? No. Es culpa nuestra, de los humanos.
La tecnología avanza a pasos agigantados. Lo que hace unos años parecía ciencia ficción, hoy es realidad. Pero, ¿a dónde nos llevará todo esto? No lo sé con certeza, pero te puedo decir esto: los robots serán cada vez más importantes en nuestra sociedad, y dependerá de nosotros asegurar que esa relación sea beneficiosa para ambos lados.
Si algo he aprendido después de décadas trabajando con robots, es que el verdadero desafío no es crear máquinas inteligentes, sino asegurar que esas máquinas trabajen a nuestro favor. Y para lograr eso, necesitamos no solo buenos ingenieros, sino también buenos filósofos y éticos. Porque, al final del día, los robots son el reflejo de quienes los creamos.
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